Pues me llevan a Ocaña para reponernos allí, y vinieron las quintas, y de allí nos llevaron a un Convento de los Jerónimos . En la biblioteca me daba mucha lástima, la estantería estaba todo tirado, a mi me daba una lástima porque la biblioteca estaba por secciones, la italiana, alemana. Yo cogí un librito de Zola y en otra que había manuscritos y legajos y cogí un libro de 1570 de los Jerónimos, y a alguno le habían puesto como una coronita y a otros una cruz.
Nos llevaron a Casasola del Monte a un coto de caza del marqués de Romanones que estaba alambrado, allí los conejos se cogían fácil. En el Soto comimos bien, la base estaba allí. En Ocaña nos cargan de munición con lo finito que era, y la bayoneta como la revolución francesa, también había una alambrada de cerco, no militar, se enganchaba todo, nos calentamos allí, junto a una tapia que había como un cobertizo, con las ametralladoras y los morteros. Había un corral como en las tiendas que allí había amontonado gente (fallecidos) y menos mal que hacía frío sino aquello se corrompe.
Había venido material, allí no podíamos avanzar, teníamos una manta, hacía frío de noche.
Donde nos pusimos nosotros habían estado antes ellos, había bombas, muchos de los milicianos iban donde buenamente podían. Una vez uno trajo un trozo de jamón, era un gran hallazgo, pero el jamón estaba ahí, rancio, pero nada, no fue obstáculo, nos lo comimos, en esos días, y con dieciocho años ...
Yo fui buscando mi compañía , estuvimos tres días en el Pingarrón. Hubo coletazos. En abril o mayo las operaciones se paralizaron.
Las mejores trincheras , algunas cubiertas, las hacían los mineros de profesión, pasabas por ellas y no te ven, y algunas chabolas hechas bajo tierra. Tenías que subir hacia arriba para disparar. La aspillera era como un ataúd, se hacían con maderas.
Los blocaos eran como nidos de ametralladora, eran muy grandes. Eran un hexágono de dos caras, como de yeso y madera. La comida la llevaban siempre por la trinchera de evacuación, era más ancha con el fin de una camilla pudiera salir.
En una ocasión en una trinchera cayó un obús y vi que mi compañero de al lado era un amasijo de tripas, pulmones, echando sangre y la porquería y todo. Estuve dos semanas que creía que lo tenía yo. Había agua en un pozo, bajé la camisa con un cubo y la dejé a remojo, al día siguiente fui a por ella.
En los morteros el tiro es parabólico, sube y baja y cae a la trinchera, el del cañón ya no lo es tanto.
Con los fallecidos, se llevaban a algún cementerio, cuando estaba cerca, y si no se hacía una zanja.
Íbamos a por la comida la traían en unos carros grandes con unas tapas como las ollas a presión y se acercaban al más próximo y se iban allí y todos los de la sección llevaban un barrilito, una cesta y echaban las raciones para quince o veinte y unas cestas alargadas que había y unos vasos, una ración de vino. Allí todo el mundo quería ir y allí se juntaba quince o veinte con todos los cachivaches esperando al mulo con la comida. Había unos montones de tierra, eran muertos, de algunos salían miembros, y era el mismo asiento donde se descansaba. Ahí había tertulia y se preguntaba por la gente porque todos tiraban a su tierra.
En el Jarama echaron propaganda de la Brigada Internacional.
En los pueblos, la gente no querían saber nada, cada uno iba a lo suyo, no querían meterse tenían miedo. Antes y después, uno y otro. Ese es de derechas y ya era un enemigo.
Después fui destinado al Estado Mayor, en el tercer cuerpo del ejercito en Aranjuez.
Al finalizar la guerra estuve en Toledo, en un campo de concentración.